miércoles, 21 de agosto de 2013

Rockfishing, "para muestra un botón..."

 

Con esta entrada hago un viaje a un pasado no muy lejano, en el que por diferentes motivos, la técnica de pesca que más practicaba era el rockfishing y que en algunas ocasiones, nos brindaba capturas excepcionales.
Recuerdo con especial ilusión, aquellas jornadas de pesca matinales en los espectaculares acantilados de la Costa Brava, en lugares como Begur, Tamarit, S’Agaró, Lloret de Mar etc. 
Unas jornadas que intentábamos planificar al milímetro y en las que procurábamos, que no quedase ningún cabo sin atar.
 
Un buen pescador y conocedor de toda esta zona, me dijo un día que para frecuentar estos pesqueros tenía que haber nieve en las montañas,  algo que con el paso del tiempo y después de muchas excursiones acabamos por entender. A su manera lo que me quería decir, es que debíamos ir en los meses más fríos.
El lugar ya lo he mencionado en otras entradas, se trata de un pesquero ubicado en Begur, una atalaya en toda regla, dónde se realiza un rockfishing extremo. Un lugar al que es mejor acudir acompañado y dónde cualquier error se podría pagar muy caro. Fotografiar aquí una pieza de buen porte,  requiere del uso de los mejores materiales, además de que para ello la Diosa fortuna, también tiene que estar de nuestra parte.
No se a vosotros, pero a mi a veces en esto de la pesca me pueden más las ganas que el sentido común, así que un día en que la méteo iba a ser la perfecta, decidí irme yo solito a este alejado pesquero.
Llegué en uno de los momentos clave, con el tiempo suficiente para tener las cañas preparadas un rato antes de que el sol empezase a despuntar.
Los equipos que habitualmente utilizaba en estas jornadas eran, mis inseparables cañas Marsico (Renzo Valdieri) de 4 metros con los punteros duros, los carretes Scepter (Tica) cargados con un monofilamento del 28, con un puente del 0.40 para que soportase el lance.
El montaje era de plomo corrido al final del cual, iba un anzuelo Mustad del nº2 del modelo Chinu, empatillado con un fluorocarbono del 0.30 ya que la pesca iba a discurrir en horario diurno.
El cebo que nunca podía faltar era el cangrejo ermitaño, lo complementaba también con algún que otro anélido, como podías ser la rosca (gusana de veta),  americano y en alguna ocasión llubarré.

Con las cañas en acción de pesca ahora sólo hacía falta esperar, que alguna de las muchas especies querenciosas de esta zona, quisiesen darse un buen desayuno. En este lugar, antaño solían capturar dentones (no excepcionalmente), buenas doradas, cabrachos, pargos y un gran número de otras peces, que no alcanzan tamaños tan grandes, como pueden ser sargos, tordos, vidriadas, etc.

 
Ahora resulta complicado hacerse con alguno de estos ejemplares, es más que evidente que su población ha menguado por diferentes motivos, pero como siempre digo hay que seguir intentándolo, porque la ilusión es lo último que podemos perder…

Los pequeños lábridos y serránidos siempre estaban presentes, por lo que había que revisar cada cierto tiempo los cebos. Mientras recogía una de las cañas, aprecié como el puntero de la de al lado se empezaba a curvar lentamente. Decidí coger la caña y bajar a una pequeña repisa para salvar las rocas que había a ras de agua, craso error, ya que de aquí no me podría mover sin tener que dejar la caña. El pescado cabeceaba y me daba tirones, pero no tenía ni idea de que peleaba al otro lado de la línea. Por su altura el lugar te permite una visión excepcional, de por dónde te viene el pescado y que puede ser, en este caso sólo podía ver una silueta oscura, que hasta que no salió del agua no supe lo que era. Se trataba de un buen cabracho que se había tragado un suculento cangrejo ermitaño, mientras lo observaba desde arriba, me vino a la cabeza que desde dónde me había colocado no podría cogerlo con la mano y el hecho de ser un pez con espinas venenosas, no me permitía darle el trato que hubiese sido con otra especie.
 
La botella era de 1,5 L.

 
Con paciencia lo fui subiendo y cuando lo tuve delante, pude ver que llevaba bien alojado el anzuelo, lo que me dio la garantía de lanzarlo a la repisa, desde dónde debería haber estado.

Sin duda fue la captura del día, que no la única, ya que los pageles, tordos y algún que otro pargo se presentaron a su cita. Es el ejemplar más grande de esta especie que he capturado y aunque las fotos (me vais a perdonar), no sean de muy buena calidad, como dice el dicho “para muestra un botón…”

jueves, 1 de agosto de 2013

Pesca de la araña desde embarcación


 
Abordo esta nueva entrada en el blog, con una intensa mezcla de sentimientos, recuerdos  y vivencias del presente.

La pesca de la araña desde embarcación, fue una de las primeras modalidades que pude disfrutar en compañía de mi tío, quizá por ello sea de las que más me gusta practicar. Si  la memoria no me falla, de esto hace ya algo más de 25 años, cuando la pesca y lo creo honestamente, era radicalmente diferente en todos los niveles a la que hoy practicamos. Por aquel  entonces las zonas de pesca se tomaban por enfilaciones, cogiendo como referencia dos puntos, creando así dos líneas imaginarias y cuya intersección sería lo que actualmente marcamos en nuestros GPS como waypoint.

El montaje para engañar a estos voraces y abundantes peces era sencillo, un plomo de cuerpo cilíndrico de unos 100 gramos, con una varilla un tanto doblada de unos 25 centímetros, a cada uno de los extremos del plomo, al que por un lado se unía la línea madre de la madeja ya que no utilizábamos cañas, de no menos de un grosor del 0.50 y por el otro lado, anudábamos junto con un giratorio con imperdible, un ramal del 0.40 de aproximadamente 1.5 metros con tres anzuelos del nº 5/6 empatillados en la misma cameta. El cebo a emplear siempre era el sonso (lanzón), preferiblemente fresco ya que mantiene al máximo su brillo y olor, al que ensartaríamos los tres anzuelos, en cabeza, parte central y cola.

Todo esto, aderezado con la habitual brisa matinal, que nos ayudaría a batir mayor zona de pesca y por consiguiente, a localizar las zonas más querenciosas, era suficiente para hacerse con un generoso botín.

El patrón estaba claro quién era y en una pequeña embarcación de madera de apenas 4 metros,  la “Mare de Déu del Vilar”, manipular a estos peligrosos peces era complicado, los pies y las piernas estaban a un simple salto de sus venenosas espinas. La orden para no llevarnos un doloroso picotazo era clara, “nen, hasta que no haya limpiado la que está en la orla, no se embarca ninguna…” y así fue, todas las veces en que salimos con aquella barquita.

Con los años, entendí la insistencia que puso mi tío en aquello que me comentó y no mucho tiempo después, viví en mis propias carnes esa dolorosa experiencia. Un día buceando en un arenal se me ocurrió atrapar a un inmóvil pececito, que apenas se inmutó cuando iba a cogerlo con la mano y que poco se parecía a los de su misma especie y que ya había pescado. El resultado os lo podéis imaginar, en el hospital con la mano deformada por la hinchazón, el día de playa arruinado, con el consiguiente disgusto de mi madre que era la que me acompañaba.

El dolor me duró meses y el recuerdo de aquel día, se me quedó grabado en el disco duro de mi memoria, de todo se aprende, de lo bueno y de lo malo… cada vez que practico este tipo de pesca, extremo las precauciones y manipulo estos peces con sumo cuidado.

Seguro que allí dónde él esté cuidará porque ninguno de estos peces, nos vuelva a estropear el día.

 
El mundo de la pesca ha evolucionado a pasos agigantados, lo que nos ha podido hacer más efectivos y técnicos, pero nunca hay que olvidar “los inicios” porque en ellos, encontraremos la esencia de la pesca y practicaremos una pesca más romántica y menos resultadista.


El modelo Lucifer de Katashi