En el mundo de la pesca acertar de pleno en todos los aspectos, siendo honesto, creo sinceramente que es casi imposible. No obstante en algunas ocasiones, los astros se alinean para que alguna jornada roce la perfección.
Hace unos días tuvimos ocasión de disfrutar, de una de esas noches que
tardas tiempo en olvidar. Aprovechando una tarde algo nublada de domingo,
decidimos ir al pesquero con la intención de iniciar la jornada con la luz del
día. Teniendo en cuenta, que los bañistas ya habrían puesto tierra de por medio,
al llegar a la playa, decidimos ponernos a la izquierda de otro pescador, que
ocupaba un buen trozo de arena.
El estado de la mar era perfecto, algo de oleaje sin llegar a levantar
muchas crestas, el agua algo turbia en la zona más cercana a la orilla y más
clara, conforme la distancia de la costa era mayor. Cuando las cañas sólo
llevaban un rato caladas, los pescadores que habían llegado antes que nosotros,
desistieron de esperar más la entrada del pescado y decidieron concluir su
jornada, crasso error. Aún no había
empezado a oscurecer y con este movimiento, la zona de pesca se liberaba de presión
y nosotros disponíamos de más espacio para pescar.
Empezar con buen pie la jornada es importante, pero no definitivo, si bien
es cierto que con un inicio como el que tuvimos, la noche prometía ser larga y
entretenida. Antes de que llegara la noche ya habíamos cogido tres buenas
doradas, dos mi compañero y una yo. Hicieron la entrada por sus cañas, que eran
las que más a la izquierda estaban, para paulatinamente desplazarse hacia la
derecha y empezar por las mías. Las primeras salieron con cebos blandos, dos
con lombriz catalana y otra con llobarré, cebos que con la entrada de la noche
y la acción de la morralla substituimos por tita de palangre.
Después de un rato de inactividad, segunda entrada, dos de mis cañas tenían
picada prácticamente de manera simultánea. Mientras desanzuelaba una buena
dorada que había sacado con la primera caña, veía como la línea de la otra caña
se iba destensando, síntoma inequívoco de que al otro lado había pescado. Tras
cebar y lanzar, tocaba recoger la caña para ver si continuaba allí, lo que de
inmediato pude comprobar por el martilleo habitual con el que nos deleitan las
doradas. A pesar de estos momentos de un cierto frenesí, las picadas se fueron
espaciando en el tiempo. Con un marcador parcial a mi favor de dos a tres
(jugaba en campo contrario), le tocaba el turno a Carmelo que con otra buena
dorada, volvía a establecer el empate. La entrada de los tallahams (anjovas)
parece que aletargó algo la actividad, además de que también supuso un par de
cortes de línea. Pasado un rato pudimos comprobar que los peces continuaban en la
zona, herreras, sardos, una pequeña lubina y 4 buenas doradas más (dos cada
uno) fueron el resultado total. Sin duda una noche inolvidable, en la que el
acierto fue de pleno al quince y nunca mejor dicho.