miércoles, 18 de abril de 2012

Doradas desde embarcación

En los últimos meses, por un motivo u otro, no le he dedicado a la pesca desde embarcación, el tiempo que realmente se merece. Entre el surfcasting, los concursos y su preparación, el mal tiempo y también los pésimos resultados en algunas de las salidas embarcados, el poco tiempo libre de que dispongo, no me da para más.
Ante la fiebre doradera que recorre prácticamente todas las playas, me decidí por organizar una jornada matutina, en busca de esta hermosa y combativa especie, esta vez desde embarcación.

La previsión meteorológica era buena y las condiciones del mar inmejorables, sol, con una ligera brisa de levante y el agua un poco turbia, por el efecto del fuerte oleaje que había habido en días precedentes. Un plan ideal para mi infatigable compañera, que “disfrutaría” de un buen solecito y también para un loco de la pesca como yo, que encontraría el mar en óptimas condiciones.
Una vez elegido el pesquero, seguí las recomendaciones de un compañero del Norte, que con todo lujo de detalles, me explicó como realizaba él este tipo de pesca en aguas del Cantábrico.
Debo reconocer que adapté alguna de sus explicaciones, al entorno en el que nosotros desarrollamos nuestra pesca, el Mediterráneo, donde hay escasa incidencia de mareas, las algas aparecen en momentos muy puntuales y los tamaños de las capturas también son más comedidos.
En esta jornada utilicé como cebos, americano y llobarrero, que esconderían anzuelos del modelo Chinu de Mustad, del 1 y del 1/0. Para su empatillado, para unos usé fluorocarbono Carbon Fune Leader de Duel del 0.26 de grosor y con los otros, el Amnesia de Sunset del 3.6 de diámetro.
Con el fondeo bien realizado y los equipos montados, iniciamos la acción de pesca de una jornada, que sinceramente me había imaginado como tranquila.

Al poco rato de tener las cañas en el agua, una suave picada delataba, que había algún pececito comiendo al otro lado de la línea, pasados unos instantes y esperando la repetición, esta se produjo, a lo que respondí con una firme clavada. De entrada, pensé que sería un pequeño pagel o una araña, pero cuando el pescado vio la barca, empezó a ofrecer más resistencia y me quedó claro por sus “martillazos”, que se trataba de una dorada.
Talismán más Scepter en acción
Rosa con el salabre hizo el resto, era nuestra primera dorada (desde embarcación) por lo que nos llenó de satisfacción. Al poco rato la actividad se multiplicó, sucediéndose las picadas y las capturas. Al fin y al cabo era lo que yo deseaba, quizá mi compañera hubiese preferido estar algo más tranquila, pero al final disfrutó de lo lindo, pescando ella los ejemplares de mayor tamaño.

Las cañas jugaron un papel decisivo, estábamos haciendo una pesca “finesse” y gracias a la sensibilidad de sus punteras intercambiables, la acción de pesca y el hecho de clavar buenos ejemplares, aumentaba aún más nuestra satisfacción. Ver como un ejemplar de casi 2kg, arqueaba considerablemente la caña y sacaba hilo de la bobina a escasos metros de la barca, era indescriptible. Las cañas eran una Tica Sengoku de 2.65 mts y una Tica Talismán de 3.20, tele-regulable hasta 3.80 mts. Carretes tamaño 6000 de Cando y Scepter de Tica, con las bobinas cargadas de monofilamento del 0.28 de grosor.

Despacito y buena letra
Una mañana de pesca que sin duda dejó el listón muy alto y que en parte, me quitó el mal sabor de boca que arrastraba. En días posteriores repetimos con el tipo de pesca, que no con el resultado, pero como sucede en todas las modalidades, si el pescado no está o no quiere comer, no hay muchas vueltas que dar. Un bolo es doloroso y te hace volver a la realidad, al final tambien tiene algo de didáctico, aunque cueste encontrar el lado positivo.

 

martes, 10 de abril de 2012

¿Que playa elegir?

En muchas ocasiones y antes de elegir el pesquero, generalmente a surfcasting, siempre vuelven a rebrotar toda una batería de preguntas. Surgen en el mismo momento, en que se me ocurre ir a pescar y me planteo la siguiente cuestión ¿a qué playa voy?.  Si salgo de pesca solo, me “ahogo” en un mar de dudas antes de decidirme, ¿habrá mucha gente pescando?, ¿estará bien la arena para lanzar?, ¿encontraré muchos enganches?... Al final, siempre acabo valorando y decidiendo en base a argumentos tangibles, como estará el mar, el viento que va a hacer (el tiempo en general), el tipo de pescado que voy a buscar (en cuanto a especies) y claro está, los resultados que he tenido con esas mismas condiciones en otras ocasiones. Por lo que finalmente, muchas de esas incógnitas iniciales, poco a poco se van despejando.
Acertar con el lugar es un poco complejo, ¿cuántas veces hemos tenido una buena jornada y al día siguiente en igualdad de condiciones, no hemos tenido ni una sola picada?
Personalmente intento no obviar, ninguna de las apreciaciones que he hecho algo más arriba (predicción, tipo de pesca, etc.). Una vez he confeccionado una lista de las posibles playas, me quedo con la primera que me vino a la cabeza, sin más. Unas veces funciona, en otras sin embargo, irremediablemente no.

La jornada empezó como casi siempre, con la consiguiente llamada de teléfono a mi compañero de fatigas. Después de cuadrar algún que otro fleco, el primero en llegar a la playa (La Pineda) aún de día fui yo. Sin prisas repetía el ritual, tal y como iba montando cañas, sucesivamente las iba poniendo en acción de pesca. En el tiempo que tardaba en desliar una bobina y volvía a echarles un vistazo a las cañas, la primera ya estaba con la línea destensada. No hacía ni media hora que estaba en la playa y ya me encontraba peleando, con lo que finalmente fue una preciosa dorada. Esta se tragó un trozo de llobarrero, en el que había escondido un anzuelo del nº 1, del modelo Chinu de Mustad. Como era de día, utilicé para el empatillado el H.D. Carbon Fune de Duel, con un grosor del 0.28.
Conforme se iba echando la tarde el viento arreció, por lo que los lances eran a menor distancia. Sumando a esto la escasa actividad, la revisión de los cebos se espaciaba más, así que después de estar charlando durante un buen rato, decidimos hacer un repaso de los mismos por si acaso. Mientras me acercaba a mis cañas, una de ellas parecía que perdía la tensión en la línea. Unos segundos de espera, me confirmaban la típica y sutil picada de otra preciosa dorada. Después de las fotos de rigor, se cumplió el dicho de que no hay dos sin tres. Minutos después una espectacular picada, delataba que “algo” se había pinchado con un buen Abumi, que aguantó los cabezazos y carreras de otra buena dorada. Con esta última captura, dábamos por finalizada la jornada, que podríamos haber prolongado algo más, pero la entrada de algas y un resultado sin duda excepcional, nos hizo dar por satisfechos.

No obstante en otras ocasiones de camino a casa, cuando la jornada no ha ido bien, me surge siempre la misma cuestión, ¿y si me hubiese ido a esta otra playa?¿Os ha sucedido alguna vez?...